ASALTO Y TOMA DE LA ESMERALDA EN EL CALLAO

El Almirante Thomas Alexander Cochrane, conocedor de la situación de los buques realistas que se encontraban en El Callao, bajo la protección de las poderosas fortificaciones, planeó un asalto nocturno con botes, recurriendo a la sorpresa como factor fundamental. Para cumplir con lo anterior, solicitó voluntarios entre las dotaciones de la Escuadra y con gran facilidad reunió 240 marineros y soldados de marina.

La fragata «Esmeralda» se encontraba en la bahía, resguardada por 15 lanchas cañoneras, 2 bergantines de guerra, 3 transportes armados y la protección de las fortalezas y baterías terrestres. Cerraba el fondeadero de El Callao, una percha flotante de madera y cadenas con una sola abertura, necesaria para la entrada y salida de las naves.

El 01 de noviembre entregó a los comandantes de los buques que se encontraban en el área, instrucciones sobre las precauciones en el avance de las embarcaciones menores, oficiales al mando, tenida, armamento a usar y disposiciones sobre la seguridad de las embarcaciones en caso de retirada. Además, la adopción de gritos que confundieran a la tripulación española, aparte del uso de santo y seña.

El día 05, circuló entre los voluntarios una proclama en que se les instaba a repetir los actos de valentía que dieron como resultado la toma de Corral y Valdivia. El día 04 citó a reunión de comandantes en la nave insignia, para ultimar los detalles. Posteriormente, reunió a los participantes para entregarle las instrucciones y a las 11 de la noche, ejecutó una práctica del asalto.

A pleno día, el maestre de señales de la “O’Higgins» desembarcó en la isla San Lorenzo e izó señales en su mástil, que fueron contestadas por la totalidad de los buques chilenos presentes en el bloqueo del puerto. Inmediatamente después, todos, excepto la «O’Higgins», levaron anclas y zarparon, dejando previamente los botes y asaltantes a bordo de la nave insignia.

La estratagema surtió el efecto deseado, pues los españoles quedaron convencidos de que nada tenían que temer para esa noche, ya que cualquier buque avistado obligaba al grueso de los bloqueadores a zarpar en su caza. A las 11 de la noche se iniciaba el embarque en los 14 botes reunidos, que 30 minutos después se desprendían de la fragata en dos columnas, al mando del almirante Cochrane. Durante el desplazamiento hacia la nave enemiga, no se sintió ni el más mínimo ruido de remos. Poco después, abrieron sus líneas y rodearon a la «Esmeralda».

Cochrane y el comandante Crosbie treparon por estribor, y el comandante Guise, por babor, seguidos por su gente que cayeron sobre la cubierta. El Almirante recibió el culatazo de un vigilante y cayó sobre uno de los botes. Se levantó rápidamente y dio muerte al centinela, para incorporarse a la cruenta lucha, que ya se desarrollaba en cubierta, asomándose a la borda para animar a su gente que seguía abordando, al grito de: «Arriba muchachos, la fragata es nuestra».

Los españoles sorprendidos, salían precipitadamente de sus entrepuentes y empeñaban una vigorosa defensa. El combate con arma blanca y cuerpo a cuerpo se hacía a cada momento más encarnizado.

No tardaron los fuertes del puerto en comenzar a disparar sobre la «Esmeralda», seguidos por los buques y lanchas del apostadero, produciéndose un tremendo y confuso cañoneo. Los proyectiles daban por igual a asaltantes y defensores y algunos alcanzaron a los buques extranjeros en la bahía, que pusieron luces de neutralidad e iniciaron movimiento para salir fuera del alcance de la artillería. Cochrane, percatándose de esta maniobra, ordenó de inmediato poner luces en los mástiles del buque asaltado, al igual que los buques neutrales, que por esta circunstancia recibió poco castigo de las baterías terrestres.

A la tercera embestida de los asaltantes, terminó la resistencia de la tripulación enemiga que se había reunido en el castillo de la fragata, después de haberse batido con admirable valentía por más de 17 minutos. En medio del fragor del combate, el Almirante fue herido por una bala en el muslo derecho, limitándose a vendarla fuertemente con un pañuelo, ayudado por el Guardiamarina Délano. Los sobrevivientes se refugiaron en los entrepuentes y bodegas; otros se arrojaron al agua; entonces, el comandante Guise cortó las amarras y la nave comenzó a moverse de su fondeadero con las luces de buque neutral.

Casi una hora demoró en salir del alcance de las baterías, debido a la total falta de viento a esa hora de la noche. Entonces fondeó para atender a los heridos, recoger los muertos y reparar la arboladura.

Las bajas sufridas por las fuerzas asaltantes fueron de 11 muertos y 31 heridos. De los 330 tripulantes que tenía la «Esmeralda», 204 cayeron prisioneros y 126 murieron en el combate o se ahogaron al arrojarse al mar. Es posible que algunos se salvaran al alcanzar a nado la costa. A las 3 de la madrugada el almirante Cochrane se dirigió a la fragata «O’Higgins» para curar de mejor manera sus heridas. Poco antes del amanecer, la “Esmeralda” se reunió con la nave insignia de la Escuadra y luego, arribaron el resto de los buques bloqueadores al área.

La captura de la “Esmeralda” tuvo efectos de gran significación para el poder naval español, ya que éste, aparte de perder la más importante de sus naves presentes, perdió la voluntad estratégica de emplear sus medios navales contra la escuadra chilena.